El derroche energético es un tema amplio abarcable desde una infinidad de puntos de vista. Desde las distintas especialidades existen múltiples visiones al respecto, mundialmente la preocupación por encontrar nuevas fuentes y procesos energéticos aumenta cada día; búsqueda por recursos que no generen daños ecológicos a los ecosistemas de los que son parte. El daño medioambiental que se ha hecho muchas veces es irreversible y depende de todos los agentes involucrados el intentar revertir o mejorar la situación al respecto.
El tema de la energía se ha puesto de moda. Tan de moda que a ratos el tema suena añejo. Conceptos como Arquitectura Bioclimática, Ecociudades o Urbanismo Sustentable se escuchan gastados de tanto llevar el pulso en los foros internacionales y el debate nacional. Fue en 1993, en la UIA (Unión Internacional de Arquitectos) de Chicago, que se reconoció oficialmente el concepto de sustentabilidad como parte esencial de nuestra práctica y nuestras responsabilidades profesionales. Sin embargo, tanto el derroche energético, el daño medioambiental y el agotamiento de los recursos naturales son problemáticas que están lejos de ser obsoletas o poco relevantes, tal vez hoy en día son aun más contingentes que esa primera vez que se decidió enfrentarlas como gremio.
Bienales, Programas de Postgrado, Universidades, Foros, Revistas, Libros. El medio arquitectónico ha estado desarrollando y publicando investigaciones y proyectos con sistemas energéticos alternativos; formas orgánicas originadas de patrones naturales, sistemas pasivos que utilizan el aire, el sol o el agua de manera renovable. Jean Nouvel y el Instituto del Mundo Árabe en Paris de 1988, Norman Foster y el Swiss-Re Tower en Londres de 1997, Toyo Ito y el Parque de la Gavia en Madrid del 2003. Los ejemplos y búsquedas son interminables.
¿Cuánta incidencia tiene la Arquitectura en las pautas de consumo energético de las ciudades? ¿Qué alternativas puede ofrecer la arquitectura en cuanto a las estructuras urbanas, los edificios y el transporte? Todas estas interrogantes surgen al momento de re-pensar la relación entre energía, ciudad y derroche.
Al recorrer la ciudad a diario, somos testigos de numerosos ejemplos de derroche de energía en que lamentablemente los arquitectos somos los responsables. Es lamentable porque en esta materia puntual; saber maximizar los recursos, la responsabilidad de la Arquitectura parece estar por sobre la de otras profesiones. Somos los proyectistas de los edificios y su construcción, ambos aspectos altamente responsables tanto de la contaminación atmosférica como del consumo de los recursos ambientales.
Los casos de edificios que malgastan la energía son miles ya que los requerimientos estéticos de los últimos tiempos exigen transparencia, luminosidad, apertura, accesibilidad, cercanía con la gente. La arquitectura claramente ha ido acorde con estas exigencias de diseño y los edificios han llegado a transformarse en grandes vitrinas a escala urbana. Grandes masas de cristal iluminadas que venden o muestran a la gente una contemporánea y vanguardista imagen que se relaciona con las últimas tecnologías y con la globalización que nos permite estar continuamente conectados con el resto del mundo. Imagen que se hace latente en la mayoría de los edificios del sector financiero de Santiago (Sanhattan); siempre energizados, siempre con vida, siempre funcionando.
En el último tiempo ha habido una búsqueda en la arquitectura que persigue exhibir la vida interior de los edificios; las actividades cotidianas de la gente que los habita. La transparencia ha llegado a límites tan literales que la división entre el interior y el exterior nos es más que una piel de 1 cm. Esta tendencia ha dado como resultado estructuras altamente ineficientes desde el punto del aislamiento térmico y acústico.
Uno de los más claros ejemplos de derroche energético son los Mall, que durante las 24 horas del día se esfuerzan por lograr una imagen de actividad. Podemos observar esta situación bajando por Av. Las Condes/Av. Kennedy, donde la sucesión de proyectos comerciales se perciben prácticamente como lámparas urbanas.
Esta situación también se hace latente bajando por Apoquindo, donde la secuencia de edificios con muro cortina hace evidente la importación de una tipología no necesariamente acorde con las condiciones climático-ambientales de la ciudad. Aquí, la búsqueda pretenciosa de una forma (tal vez preconcebida en la mente de los arquitectos) genera un diseño poco eficiente tanto en términos funcionales como energéticos.
La imagen high tech que buscan en algunos casos, tanto inversionistas, empresarios como arquitectos, no aporta a esta problemática. Fachadas proyectadas íntegramente de cristal, cientos de neones color azul como decoración de fachadas, edificios completos prendidos día y noche en el Barrio El Golf, como una imagen que no puede ni debe dormir.
Al doblar por la calle El Bosque o por Vitacura, se descubre que la falta o escasez de energía es una imagen que ciertos conglomerados o trasnacionales no se pueden permitir proyectar. El valor de la imagen en el diseño así como una cierta estética perseguida, tienen la supremacía por sobre valores de eficiencia o valores arquitectónicos incluso.
Mientras mejores son los efectos especiales (como letras empavonadas pegadas sobre cristal), el edificio se acerca más a la imagen que se esperó de él. El desfile y despliegue de recursos tecnológicos opera como simple cosmética y pantalla, no como propuesta real con respecto a los recursos energéticos y su utilización en los edificios.
Si bien la búsqueda de una imagen particular para cada edificio, explorando en materialidades, sistemas constructivos y tecnologías es un real aporte para nuestra ciudad, al observar algunos resultados surge la pregunta si tanto esfuerzo y desarrollo de alta tecnología valdrá la pena, en comparación a los costos asociados a la mantención de estas obras. Se viene a la mente el recién estrenado Edificio del Club de la Unión, con sus flamantes pestañas de cristal que diente por medio se caen y rompen sistemáticamente. ¿Es realmente efectiva esta piel en términos de ahorro de energía? ¿O simplemente es bella?
La situación a ratos molesta. Es comprensible que la imagen prime en ciertos casos de arquitectura comercial como podría ser la casa matriz de la Sony o los Centros Comerciales. Cuando realmente incomoda es al interior de edificios donde se desarrolla el habitar cotidiano de muchísima gente; como oficinas, viviendas o edificios públicos. En estos casos los gastos en aire acondicionado, control lumínico artificial, aislación acústica, entre otros, son factores que no debiesen encontrarse supeditados a valores decorativos o de fachada.
¿No es bello acaso lo eficiente?
No es claro cuál es el aporte que la arquitectura o los arquitectos podemos hacer al medioambiente, dado que el desarrollo de nuestro oficio está intrínsecamente relacionado con factores económicos además de los intereses particulares de cada cliente. Así, se hace difícil pensar en la utilización de las nuevas tecnologías alternativas que existen por el momento, generalmente mas caras que las actualmente en uso. La incógnita es si lo que se aporta actualmente desde la arquitectura es significante en la búsqueda de salidas para esta problemática; un muro verde, la sombra de un follaje, una piel de enredaderas, paneles solares, ¿son suficientes? Probablemente no.
En muchos casos, nuestro país simplemente ha importado la preocupación por el medio ambiente desde el primer mundo, tal como lo hemos hecho con el Movimiento Moderno o el Postmodernismo. No parece una preocupación real, fruto de un proceso de reflexiones internas como sociedad, a ratos parece solo una moda o una expectativa del medio arquitectónico que los proyectistas deben satisfacer de alguna manera. Así se nos vienen a la mente la gran cantidad de volúmenes acristalados impuestos en el territorio nacional (de norte a sur), o la gran variedad de obras cuyos diseños y propuestas se importan sin pensar en las particularidades de cada intervención.
A pesar de esto, hemos visto en el último tiempo iniciativas de arquitectos nacionales por introducir el tema a sus diseños. En este sentido podemos ver las fachadas vegetales de Enrique Browne en el edificio El Consorcio o las capas de pieles en las fachadas de Juan Sabbagh en el edificio HNS.
Si bien es cierto que en estos casos la utilización de recursos pasivos en el acondicionamiento ambiental al interior del edificio fue exitosa, no hay que olvidar los costos de inversión necesaria para llevarlos a cabo.
Las tecnologías de bajo costo energético son muchas veces inalcanzables, por el contrario, la contribución que se puede hacer desde la simple (compleja) arquitectura esta en nuestras manos: reales aportes como una buena orientación, un desarrollo de fachadas coherente con el entorno, un adecuado uso de los materiales y una espacialidad acorde con las condiciones climáticas existentes en el entorno de la obra, dan como resultado obras más equilibradas desde el punto de vista del bajo impacto ambiental y la alta eficiencia energética.
Así surge una nueva mirada a personas como Germán del Sol, Jorge Lobos, Edward Rojas; arquitectos chilenos observadores de los lugares donde trabajan, respetuosos con los años de tradición constructiva que han elaborado los propios habitantes mediante el ensayo y el error. Arquitecturas atentas en la elección de los materiales, en las costumbres vernáculas, arquitecturas sensatas y sencillas que finalmente resultan ser más adecuadas para la realidad nacional que los resplandecientes edificios inteligentes llenos de cristales, paneles solares y pieles fotosensibles.
El aporte de estos arquitectos ha sido la optimización de recursos energéticos más que la implementación de nuevas tecnologías no contaminantes. Vemos que mientras más local y relacionada con el entorno, la arquitectura logra ser un real aporte al uso racional de la energía.
Es indudable que la cultura del proyecto y de la práctica constructiva debiese estar más atenta a la paradoja de la ilimitada necesidad de energía que requerimos y la escasez de recursos naturales de donde la energía proviene. Los recursos naturales son agotables, esperamos que el ingenio del hombre para descubrir nuevos caminos no lo sea.
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